domingo, 13 de noviembre de 2011

¿QUE ES UN SINDICATO?

CAPITULO 1- SE OFICIALIZA EL SINDICATO

De repente hubo un corre y corre en la cocina principal del Hotel Pacifico Royal, una de las cocineras auxiliares se daba a la tarea de preparar una infusión de valeriana para la señora gerente, quien era presa de un ataque de nervios, pues ese miércoles 11 de Abril del año 2001, a eso de las 2 PM, acababa de recibir por intermedio del  señor Omar Sánchez Mosquera, presidente de la organización sindical hotelera “Hocar”, la noticia de que 19 empleados del hotel se habían sindicalizado oficialmente.

Quienes integrábamos el naciente sindicato, intuíamos  que se avecinaba una lucha titánica al estilo David y Goliat, pues éramos tan solo 19  empleados empeñados en luchar por una causa, que lastimosamente,  se erigió  sobre   específicos propósitos personales de sus tres cerebros gestores, ellos iban a la fija en la gestación de su táctico plan, con el que configuraban las estratégicas puntadas  para hilvanar sus metas a mediano plazo y con el cual muchos personajes, que aunque no fueron participes en esta “aventura” aderezada de sin sabores, por esa llamada  ley de la causa y el efecto recibieron inesperados  réditos.

Una minúscula porción de ese grupo  apoyamos aquella lucha con genuino desinterés y de manera  incondicional, convencidos de que quienes gestaron el sindicato buscaban el bien general y no el particular, pues asimilamos su cacareado y vehemente discurso planteado sobre la premisa de que valerse del derecho a la libre asociación , era el medio más eficaz para lograr una mejora sustancial a toda la problemática laboral reverberante, que afectaba principalmente  a los empleados adscritos al área de servicio, por eso no nos importo poner en riesgo muchos logros alcanzados durante esos años.

Unos minutos después de haber recibido la notificación de la constitución del sindicato, la señora gerente Ángela María Gómez de Alarcón mando a llamar a su oficina al señor John Marlon Echeverri, quien se desempeñaba en ese momento como panadero del hotel y era uno de los integrantes del grupo sindical.

Cuarenta y cinco minutos después vimos salir a John Marlon con cara de abatimiento, como la de quien acaba de cometer un acto criminal  vergonzante y  por el cual acaba de recibir una tremenda reprimenda verbal y sicológica, que no le permitía pronunciar silaba alguna, dejándonos en ascuas, pues decidió irse  sin mencionar detalle de su conversación con la señora gerente.

La señora contralora del hotel, Clara Inés Amorocho, se hizo presente en mi puesto de trabajo y me informo que doña Ángela María quería hablar conmigo. Durante el trayecto hacia la oficina de la gerente, pude advertir las lacerantes miradas y postura inquisidora de las secretarias y empleadas administrativas.

Al entrar en la oficina me tope con el rostro desencajado de la señora gerente, tenía los ojos  muy rojos, fehaciente muestra de que había llorado mucho, denotaba también cierto temblor en sus manos, ella sin apartar la mirada de mi humanidad, me pidió  que tomara asiento y tras dar un profundo suspiro dijo:

____/ Javier, ¡que es este horror!,¡ usted, usted, usted mi hombre de confianza!, ¿¡Cómo pudo hacerme esto!?, lo esperé de cualquiera, menos de mi amigo, de mi hombre de confianza. De verdad me siento herida, ¡me ha clavado un cuchillo en mi corazón!...

Corría el año del 1995 cuando tras haber trabajado en una reconocida empresa de comidas rápidas a nivel nacional, en el proceso  de reubicarme laboralmente,  me tope un día con un clasificado en el periódico citadino redactado en ingles que cautivo mi atención, en este se buscaba gente joven, entusiasta y con mente abierta para laborar en un hotel que estaba próximo a abrirse en el sur de la ciudad.

Más por curiosidad, decidí llevar mi curriculum a las oficinas de la cadena hotelera, sin expectativas fijadas en dicha convocatoria, la verdad, nunca espere que me tuvieran en cuenta. Un día me citaron para una primera entrevista, de la que se desprendió un proceso de selección de varias semanas que culmino con mi contratación como empleado del naciente Hotel Pacifico Royal.

Durante mi vida laboral he tenido la oportunidad de trabajar para empresas con políticas administrativas vanguardistas, vivenciando un ambiente familiar, características que me sedujeron y abocaron a permanecer varios años en ellas, pese a mis otras expectativas y metas en el área de la comunicación.

He ocupado cargos unas veces como subordinado y otras con subalternos bajo mi responsabilidad, lo que me ha permitido ver las dos caras de la moneda e ir formándome como un líder nato, defensor de la equidad, la justicia, la lealtad, la honradez y la honestidad, valores que me inculcaron certeramente en el seno de mi hogar.

Con el correr del tiempo se conformo una especie de familia laboral, muy unida, que trabajaba con dedicación y armonía, todo gracias a que las directivas promulgaban una supuesta  política administrativa de puertas abiertas, un nuevo parámetro para el manejo del recurso humano enfocado en alcanzar los estándares de servicio planteados por la cadena de Hoteles Royal; Una filosofía que poco a poco casi todos sus miembros asumimos con responsabilidad y vehemencia, logrando en corto tiempo que el Hotel Pacifico Royal marcara la diferencia dentro de la hotelería vallecaucana.

Conocí mucha gente, tan disímiles como especiales, irreverentes, intolerantes, creyentes fanáticos, frescos y consagrados, serviles e inconformes, chismosos y prudentes, elocuentes y tímidos, aduladores y sinceros, una variada gama de  personas con las que compartí penas, alegrías, triunfos y fracasos, amores y desamores , ocho o más horas diarias de mi vida, durante seis años y medio…

Algunos miembros de esta familia laboral partieron, unos en busca de nuevos horizontes, otros porque su vida se apago repentinamente y algunos tantos fueron despedidos injustamente. Aunque no era el más popular de aquella familia laboral, gozaba de simpatía entre la mayoría de los integrantes y directivos, quienes percibían en mí una persona seria y reservada, mesurado, ecuánime, inteligente, algo malgeniado y muy buen empleado, del cual solo sabían lo que yo siempre quise que supieran. Logre empatía con cada uno de ellos, inclusive con aquellos para los cuales no era santo de su devoción.

Doña Ángela María rompió en llanto, debo reconocer que me inquieto verla tan abatida, ella asumía de plano que yo era el líder y cerebro del sindicato, por lo que trato de conmoverme con sus lagrimas y particularmente con unos sentidos argumentos altruistas, cuya histriónica intención estaba enfocada a convencerme de acabar de inmediato con el “monstruo” que le amargaba su existencia, por lo que le aclare que cada uno de los 19  integrantes del grupo sindical estaban allí por propia voluntad y que yo, no era quien, para hacerlos desistir abruptamente de su decisión.

La señora gerente me  pidió entonces que le detallara los motivos que habíamos tenido para sindicalizarnos, pues ella no le encontraba una razón sensata a tan grande ignominia que le había destrozado el corazón. La abatida señora se la paso recalcándome en  todo momento que ella hasta ese día luchaba  a brazo partido  contra los copropietarios que se obstinaban en acabar con el hotel, insatisfechos todos  con las bajas ganancias que generaba su millonaria inversión, situación que de llegar a darse, generaría que quedáramos desempleados y  todas nuestras familias sin su sustento diario.

Aquella conversación duró más de tres horas, durante las cuales le expuse detalladamente cada una de las  razones por la cual se había decidido hacer uso del derecho de sindicalización, le hice énfasis en el hecho de que fui  yo quien les advirtió a tiempo sobre la gran inconformidad  reinante dentro del personal de servicio, para que implementasen una oportuna solución de contingencia, pero que en últimas decidieron hacer caso omiso a mi inquietud. Le hice ver con todo respeto, lo ciega que estaba para ciertas cosas y lo tajante que era para manejar otras.

Por iniciativa de la gerente analizamos a cada uno de los 18  integrantes del sindicato, pero sinceramente la forma peyorativa y denigrante como se refirió a algunos de ellos, especialmente a  la señorita Gloria Urrego, quien la había acompañado como secretaria asistente durante nueve largos años, exactamente desde que doña Ángela María era la gerente de Cenco, la empresa encargada de la construcción del hotel, también de Orlando Cedeño, mesero de room service y de Erney Ortiz, un auxiliar de lavandería, ratificaron que la prevención que me inspiraba la gerente no era infundada, concluí que la señora calibraba excelentemente la hipocresía.

CAPITULO 2:El NUEVO JEFE Y LA INCONFORMIDAD LATENTE

Demostrando abiertamente mis capacidades fue ascendido a un cargo directivo de área, bajo un no muy buen pronostico de mis detractores y el apoyo irrestricto de las directivas y mis compañeros más allegados. Los resultados no pudieron ser mejores, logre afianzarme y conformar un grupo de trabajo armonioso y unido, fui postulado 8 veces al empleado del trimestre y considerado como candidato a otro cargo con funciones gerenciales que rechace de tajo por lealtad con un “amigo”…

La política administrativa empezó a dar un brusco giro, todo aquello que había caracterizado la cacareada filosofía de Hoteles Royal empezó a desmoronarse paulatinamente, quizá desde que el señor Jorge Venegas, gerente de Recursos Humanos decidió retirarse en busca de nuevos horizontes. Venegas, un tipo con chispa, quien gozó del respeto y el aprecio de la gran mayoría de los empleados del hotel, fue sustituido por la señorita Marcela Montenegro, sicóloga de profesión, quien pese a adelantar una gestión aceptable, estuvo siempre coartada por el antecedente dejado por Jorge Venegas y su balanza estuvo inclinada hacia un solo lado, aunque en apariencia fue una persona imparcial y justa hasta el día de su retiro.

La posterior salida de  Carlos Reyes, Gerente de Alimentos y bebidas, debido a un nombramiento en otro Hotel de la cadena Royal en Bogotá, creo en los empleados del área de servicio un sentimiento de orfandad laboral, al cual se le aderezó la recesión económica y los brotes de violencia en el país, que afectaron contundentemente la hotelería en el año 1997, obligando la implementación de reingenierías y recortes de presupuesto, una austeridad prolongada que fue asumida, pese a todo, con buena vibra por todos los empleados, a quienes les tranquilizaba la promesa hecha por las directivas de que ningún empleado sería despedido.

La salida del señor Carlos Reyes genero que la Gerencia de Alimentos y bebidas se convirtiera en una jefatura de manejo compartido por los jefes de restaurantes y banquetes. Todo el personal de servicio y jefaturas medias estaban a la expectativa de quien sería la persona designada para manejar el restaurante y la cocina principal.

Gloria Urrego, secretaria de Recursos humanos, era una de las gestoras principales del sindicato, su confesa frustración durante los 9  años de servicio al hotel, era el no haber podido ascender al área de recepción pese a su idoneidad, ella  estudiaba lenguas modernas e innegablemente se destacaba por su eficiencia,  pero para la señora gerente  había un gran e insuperable escollo  por el que no podía darle el cargo de recepcionista; para mi asombro la señora Ángela María sin ningún remilgo me lo compartió : Gloria era fea y  fuera de eso cochina, su aspecto desaliñado, los ojos saltones y ese pelo mugriento, la limitaban totalmente.

Quede absorto frente a la confesión de la gerente y para mis adentros pensé como podía referirse de esa manera de quien le había estado sirviendo durante nueve años. Gloria Urrego era una mujer muy sencilla en su vestir, a la que no le gustaba maquillarse, ni los  peinados llamativos, pero jamás advertí que fuese cochina, ni su aspecto general me generaba repulsión como a la gerente, el hecho de que no fuera agraciada, en mi concepto, no la excluía para desempañarse como recepcionista, simplemente Gloria no tenia apellido  distinguido, ni era de estrato socioeconómico alto, condiciones básicas exigidas para  ocupar un cargo en esa  exclusiva y elitista área del hotel.

En torno a Orlando Cedeño, mesero de room service, quien anhelaba asumir como supervisor de habitaciones, doña Ángela María argumento que su condición de “voltiado” (gay), no era propicia para desenvolverse en ese cargo, pues a los huéspedes no les gustaba esas “manías”…me quede mirándola  fijamente y pensé como decía eso, si era del conocimiento de todos, que en el área de recepción y botones habían personas con inclinaciones sexuales “censurables”(para ella y algunos intolerantes), quienes se destacaban por ser excelentes empleados y gozaban de la simpatía de los huéspedes…¿Qué clase de homofobia practicaba la señora gerente?.

Sobre Erney Ortiz, auxiliar de lavandería, un joven negro de pocas palabras, con una leve tartamudez, quien adelantaba estudios en administración de empresas, doña Ángela María no lo contemplaba para un ascenso por su supuesta falta de compromiso y pues también por su color de piel…¿falta de compromiso?, Erney llevaba 6 años al servicio del hotel y siempre cumplió a cabalidad con todas sus obligaciones, era la mano derecha de la señorita Erika Gutiérrez, la jefe de lavandería.

Como jugándose una as bajo la manga, la gerente me prometió que si el sindicato se acababa ese mismo día, ella se comprometía a darle los asensos a Gloria, Orlando y Erney en el menor tiempo posible, inclusive que a mí me promovería  como líder de en una naciente Jefatura de bienestar social, que me daba como garantía su palabra, pero yo tenia que comprometerme a convencer a las 18  personas sindicalizadas  a renunciar de inmediato, muy segura de que yo era el líder y gestor del sindicato.

Volví a recalcarle que yo era un integrante más y que no podía coaccionarlos a tomar una decisión precipitada solo por su promesa, fue entonces cuando saco de su bolso una chequera y me dijo con tono de contrariedad.

___/ ¿¡Qué quiere entonces!?...¡dígame cuanto quiere!

Sentí que la sangre  se me subió a la cabeza al ver su parodia de elaborar un cheque a la carrera.

____/ ¿Quiere plata?, ¡yo le puedo dar lo que usted quiera!, solo dígame y le firmo ahora mismo un cheque en blanco para que ¡usted! le ponga la cifra, yo le doy lo que quiera de mi plata, para eso tengo de sobra, ¡pero acabe ese maldito sindicato ya mismo!

Que poco me conocía la señora Ángela María Gómez de Alarcón, pensar osadamente que podía comprar mi dignidad con su dinero, en una lucida muestra de su soberbia y delirio de omnipotencia. Me di media vuelta, dispuesto a abandonar la oficina y sin poder disimular mí cara de  gran indignación, fue cuando doña Ángela María se precipito sobre mí y me detuvo de un brazo, luego se arrodillo para clamar compasión de mi parte…

____/ ¡no, no se vaya, perdóneme, se lo suplico, se lo suplico Javier, se lo ruego, acabe con ese sindicato ya mismo!

Quede   estupefacto  al  ver  a  la  gerente  arrodillada  a  mis   pies  llorando   y
suplicándome que acabara con el sindicato, la señora  se aferro a mi pierna desesperada. Me sentía confuso e incomodo ante tal escena, pero lo que acaba de hacer doña Ángela María aniquiló en el acto cualquier intención de mi parte de interceder  para acabar el sindicato, ella me siguió hasta cierto punto, donde advirtió que había miradas clavadas en ambos.

Un día nos presentaron al señor Alexis Paredes, 30 años, casado, chef de profesión, quien en adelante tendría la misión de bajar los costos de operación y levantar un servicio que adolecía de fallas, consecuencia tal vez de algunas improvisaciones de manejo y la inconformidad salarial latente.

La llegada del señor Paredes creo prevención y celos de otros jefes de área y ciertos empleados que nunca vieron con buenos ojos el rápido acople que logro el nuevo Jefe de cocina y restaurante con la gerencia general, pasando a convertirse prácticamente en su mano derecha, el niño consentido de la señora Ángela María Gómez de Alarcón, desde ahí la antipatía e hipocresía hacia Alexis Paredes era plato de todos los días, situación que llego a afectarlo muchísimo.

Pese a los múltiples comentarios que circulaban en torno al nuevo jefe de restaurante y cocina principal, generados por personas que habían trabajado anteriormente con él en el hotel Torre de Cali, quienes lo catalogaban de tirano, lambon y rosquero, yo siempre me mantuve al margen de los mismos y me dí a la tarea de descubrir a la persona, al ser humano en esencia.

Poco a poco logre empatía con Alexis Paredes y me convertí, sin querer, queriendo, en su bastón de apoyo y consejero, hasta llegamos a dilucidar el eje central de la aprensión de algunas personas, entre ellas Sandra Paredes, la jefe de banquetes, gracias a que creía conocerlas mejor y le sugerí pautas concretas de amortiguamiento. En varias ocasiones Alexis estuvo apunto de flaquear, pero le animaba a no dejarse vencer por el que dirán y a que enfrentara el toro por los cachos.

Con el tiempo se afianzo la camaradería y sus decisiones trascendentales contaban con mi ingerencia y llegue a aportarle de mis ideas para que las cristalizara a su nombre, aunque algunos de los compañeros más allegados me tildarán de tonto, pues Alexis Paredes estaba ganando indulgencias con camándula ajena. Siempre y frenteramente le hice ver sus errores como jefe, llegue a considerarlo  como un verdadero amigo.

El señor Alexis Paredes obtuvo libre albedrío para desarrollar su labor por parte de la señora gerente, quien inclusive le permitió dictar clases de culinaria a clientas del restaurante durante su jornada laboral y que tomara prestados utensilios del hotel  para los banquetes particulares que el Jefe de cocina vendía a particulares, dichos utensilios con el tiempo fueron desapareciendo como por arte de magia.

Una de las primeras medidas que Alexis Paredes aplico, fue el cambiar  de la noche a la mañana a casi la totalidad de proveedores, con la intención de obtener beneficios lucrativos particulares, mediante el llamado “serrucho”, no dude en cuestionarlo a este respecto, pero muy tácticamente, esperando ver que reacción tenia mi Jefe y amigo. Una tarde en su oficina pude corroborar que yo no estaba malinterpretando su repentina medida, Alexis se puso pálido como un cadáver y se quedo mudo ante mi inesperada inquietud, titubeaba al tratar de desvirtuar mis suposiciones, luego con la cara roja como un tomate esbozo un argumento para nada convincente, que yo fingí creer, sin embargo él se quedo con la espinita clavada y semanas después insistía en aclararme que en su trabajo no se valía del llamado “serrucho”. “El que nada debe, nada teme”, le replique sin ahondar más en el asunto.

Al día siguiente de la larga y bochornosa conversación con la señora Ángela María, contacte al señor Marlon Echeverri, panadero del hotel, para conocer los detalles de su conversación con la gerente; el muchacho se encontraba apesadumbrado pues aún recordaba la reprimenda verbal a la que lo sometió doña Ángela, obstinada en  hacerlo sentir como un vil desagradecido, al que solo le había hecho favor tras favor, por eso le enrostro en cara el apoyo brindado tras el fallecimiento de su señora madre, Doña Elsy Echeverri, quien se  desempeño como jefe de cocina de empleados desde los inicios del hotel, hasta su sorpresiva muerte, consecuencia de un fulminante infarto cardiaco.

La señora saco a relucir en ese encuentro con Marlon  Echeverri, que si ella no hubiese mediado oportunamente,  el Instituto de Seguros Sociales  no le habría reconocido la pensión para su abuela y hermanitos menores y remato diciéndole que su madre, a la que considero como una gran persona y amiga, donde quiera que estuviera, debería estar aterrada y revolcándose en su sepulcro por la ¡hijueputada! que él estaba haciendo.

Me reuní con Gloria Urrego y Felipe Herrera, cabezas principales del sindicato, para contarles los pormenores de mi charla con la señora gerente y la promesa que ella curso respaldada solo por su palabra, a lo que Gloria y Felipe coincidieron en afirmar que esas buenas y pacificas intenciones no se lo creía ni ella misma, ya que una vez disuelto el sindicato todas las 19 personas íbamos a ser puestas  de patitas en la calle y que  además esa señora era muy buena actriz, que no me dejara tramar por su show y esas lagrimas de cocodrilo, pues a Felipe le había echado un discurso muy similar.

CAPÍTULO 3: ¡HAY QUE ACABAR CON EL ENEMIGO!

La contralora, doña Clara Inés Amorocho se dio a la tarea de contactar a los empleados que no estaban sindicalizados y empezó a trabajarlos sicológicamente, a crear aprensión contra nosotros, a tildarnos como guerrilleros que estábamos pateando su lonchera, se atrevió a asegurarles que el hotel se cerraría en pocos días como consecuencia del recién conformado sindicato.

Un álbum cartelera que la señora gerente tenia en su oficina con fotografías de su adorado nieto, aparecieron saboteadas y con escritos desobligantes y ofensivos, una patraña montada y que patrocino abiertamente la señorita Ana María Santos, bar tender del Lobby Bar, era obvio que esta acción tenía el claro objetivo de generar un clima de descrédito, prevención y pánico.

Todos los integrantes del sindicato empezamos a ser vistos como maleantes desalmados, como leprosos o portadores del VIH, al pasar por los pasillos del hotel se abrían a nuestro paso, en las horas del almuerzo y la comida evitaban sentarse junto a nosotros, nos dejaban con el saludo en la boca, lo que vendría de ahí en adelante sería un ataque encarnizado y sin cuartel hacía todos los sindicalistas, pero específicamente contra mí, su intención era la de mostrarme como un líder irascible y fácilmente desestabilizable.

Alexis Paredes en mi ausencia reunió a los empleados no sindicalizados del área de servicio y cocina y les pronunció un discurso libreteado por la gerente y la contralora, advirtiendo que si los copropietarios se llegaban a enterar de la existencia del sindicato iban a ordenar el cierre definitivo del hotel, entre otras cosas les asevero que de sus salarios  les iban a descontar plata, así no formaran parte del sindicato, lo que multiplico las maldiciones hacia nosotros, generando que el ambiente se tornara cada vez más tenso.

En una reunión secreta, la contralora Clara Amorocho  agrupo a toda su gente y les advirtió que si no estaban con ella ¡se jodían!, pero que si le brindaban apoyo irrestricto en ese momento, tendrían su recompensa, ahora todos sus esfuerzos debían estar centrados en evitar que el sindicato tomara fuerza.

Hacia 1998, empecé a percibir una clara muestra de inconformidad entre la mayoría de los empleados del área de servicio, la rápida perdida del poder adquisitivo de nuestros salarios, la demora en el pago de la propina, el aumento de las funciones como consecuencia de la reingeniería implementada, la salida extraña e injustificada de algunos compañeros, la socarrada preferencia hacia algunos grupos del hotel, eran los principales motivos y que se comentaban por pasillos, baños y comedor de empleados.

El cargo de Gerente de Recursos Humanos, fue sustituido por una jefatura para la que fue encargada una antigua recepcionista que ya culminaba su carrera de sicología, Liliana Florez, quien con su dulzura y carita angelical quiso retomar el estilo que implantó Marcela Montenegro, quien viajo a  España tras un ingeniero que solía hospedarse en el hotel y que le robo el corazón. 

A leguas se notaba que Liliana no contaba con autonomía de ninguna clase, estaba sujeta en todas sus decisiones a lo que determinaran la gerente general y la contralora. Los empleados comentaban que con Liliana Flórez definitivamente se había acabado el departamento de Recursos Humanos, que ella era tan solo una figura decorativa, pues encontraban más respaldo en su secretaria Gloria Urrego.

A mi manera y con mucha prudencia le hice saber a Liliana sobre la palpable inconformidad del personal de servicio y la urgente necesidad de prestar atención y solución a ciertas situaciones que se venían presentando y que constituían el foco principal a las falencias de servicio, que redundaban en  recurrentes quejas de los huéspedes y clientes, debido a esa palpable desmotivación que cundía.

Los jefes de cada área, encabezados por Liliana Flórez, se dieron a la tarea disimulada de indagar  fugazmente que estaba aconteciendo y principalmente a disipar el temor creciente de la señora gerente, centrado a lo mejor en la conformación subrepticia de un sindicato. Doña Ángela María en todas las reuniones del empleado del trimestre advertía con su clásica sonrisa de oreja a oreja, que el sindicalismo no era la mejor solución  a los problemas del proletariado, ella nunca disimulo el miedo y la aversión que le producía la palabra sindicato.

Hasta ese momento yo era completamente ajeno a que desde hacia varios meses y de una manera meticulosa y táctica se venía gestando un sindicato dentro del hotel, lo atribuía a mi condición de jefe de área, a mi cercanía al señor Alexis Paredes y la gran confianza que la señora gerente decía tenerme  y que me otorgaban una mal ganada fama de “sapo” y de persona nada confiable para tal propósito.

La verdad sea dicha, mi relación con la señora Ángela María era netamente laboral, no podría afirmar que ella me brindase la misma camaradería que al señor Alexis Paredes, quizás porque yo siempre me mantuve imparcial, a prudente distancia y de cierta manera, algunas actitudes ambiguas de su parte, no me permitían un mayor acercamiento, pese a que constantemente manifestó a través de terceros la gran confianza que yo le inspiraba.

El cerebro y gestor principal del sindicato  era Edgar Becerra, muy allegado a Gloria Urrego y Felipe Herrera, y quien guardaba un gran resentimiento contra la contralora Clara Amorocho, pues ella en una determinación arbitraria lo había destituido de su cargo como auxiliar de compras y lo bajo al rango de porcionador, medida que buscaba aburrirlo rápidamente  para que renunciara por cuenta propia, pero el señor Becerra, pese a su contrariedad y la humillación vivida, aguanto pacientemente y vio en la conformación de un sindicato la mejor manera de cobrar venganza y a la vez facilitar los planes que Gloria Urrego y él tenían de irse al exterior en busca de mejores horizontes

Para Edgar Becerra, la contralora Clara Amorocho era una zorra con piel de oveja, el cerebro tras el poder, la que manejaba todos los hilos de las decisiones, pues en su concepto la gerente era una marioneta en sus manos, quien no estuviese dentro de su “rosca” llevaba las de perder y él precisamente no era santo de su devoción.

El abrupto cambio de puesto de Edgar Becerra buscaba, a mi manera de ver, abrirle paso a Norha Patricia Trochez, una de las auxiliares administrativas, quien había comprado carro y necesitaba ganar más sueldo para responder por esa deuda, aparte de eso, Piedad cardona, una de las más fieles colaboradoras de la contralora, quien ejercía ya como Jefe de compras, tampoco congeniaba mucho con Edgar.

El señor Edgar Becerra propicio con segunda intención que se destapara una “olla podrida” dentro del almacén del Hotel, sitio en el que trabajo varios años antes de ser ascendido, supuestamente se venía realizando un robo continuado que comprometía a todos los encargados de esta área: John Fabio Gallego, jefe de almacén y al mismo Felipe Herrera, su auxiliar, en vacaciones en ese momento.

Desde hacía varios meses había surgido una amistad entre Felipe Herrera y yo, le guardaba aprecio y me parecía un tipo noble y leal, justamente basado en esta circunstancia, la señora gerente y la contralora me contactaron para pedirme un concepto sobre Felipe, ya que John Fabio Gallego lo había señalado como un tipo bastante peligroso, muy mal relacionado, algo así como un delincuente con cara de yo no fui; advertí  en ese instante que el empleo de mi “amigo” estaba en juego y que sería incriminado por el develado robo en el almacén, pues Doña Clara Amorocho, la contralora, sacaba abiertamente la cara por John Fabio Gallego, lo defendía a capa y espada.

Emití un concepto sincero sobre la percepción que yo tenia de Felipe Herrera como persona y trabajador, la señora Ángela María, secundada por la contralora, me propusieron que me hiciera cargo de la jefatura del almacén, yo fui claro y les expuse que la persona más idónea para asumir el cargo era precisamente Felipe Herrera, a quien  pensaban despedir, ellas me insistieron con la propuesta y prometieron reconsiderar la suerte de Felipe.

John Fabio Gallego fue obligado a renunciar unos días después y yo comprometido a asumir la Jefatura del almacén, situación que  le cayó como patada en los testículos al señor Edgar Becerra, quien esperaba que él fuera la persona designada para ese puesto, como una merecida retribución a su delicada información, pero como se dice popularmente, “le salio el tiro por la culata”.Fue en ese instante que Edgar Becerra decidió abonar el terreno para un acercamiento conmigo e involucrarme de lleno en el asunto del sindicato, a cuenta y riesgo y aprovechando la cercanía que Felipe mantenía conmigo. 

CAPÍTULO 4: AMISTAD, LEALTAD Y RETALIACIONES

Mi “amigo” Felipe se dedico a endulzarme poco a poco el oído, con lo que según ellos sería la  manera más contundente para acabar con todas las intransigencias e injusticias  que se venían presentando y a las que yo no podía mostrarme indiferente, pese a que mi situación general dentro del hotel era cómoda. Felipe me conocía y estaba seguro que yo no los iba a delatar y contrariamente les brindaría apoyo irrestricto, basado en lo que a diario conversábamos.

El plan de contingencia que la señora gerente, la contralora y un funcionario de la cadena Royal implementaron para aniquilar el sindicato ayudados por los bandos medios directivos, ameritó que los  envidiables planes que ellos  tenían para vacacionar esa semana santa se fueran al traste y que todos y cada uno de ellos se centrara en atacar al “enemigo”.

Marcela Montenegro, exgerente de recursos humanos, fue  también convocada de emergencia para ayudar a desarticular el vilipendiado sindicato, ella aprovechando su postiza dulzura y prefabricado carisma,  logro que  Margarita Delgado, cocinera auxiliar del comedor de empleados y Ana Rita Caicedo, camarera, firmaran su renuncia al sindicato, lo que hizo que la abatida señora gerente se mostrara ahora reconfortada y decidida a aplastar el sindicato como a una repulsiva cucaracha.

La señorita Carolina Pérez, miembro del sindicato, quien ejercía funciones como auxiliar del gimnasio y quien acababa de pasar la carta de renuncia, fue la primera en percatarse de los métodos ilegales que la señora Marcela Montenegro, exfuncionaria y huésped en ese momento, estaba usando para coaccionar la renuncia de la gran mayoría de sindicalizados, asunto que la enervó y no tuvo pelos en la lengua para decirlo a los cuatro vientos, lo que origino la ira de la señora Ángela María, quien me mando a llamar para que aleccionara a Carolina por su grosera actitud; tras conocer los argumentos de la muchacha y exponerle también mi postura frente a los hechos ilegales de coacción para con las empleadas sindicalizadas, la señora gerente aplico la conocida  táctica de la chequera y su cheque en blanco, infructuosamente trato de comprar a Carolina, pero  en vista a que la indignadísima muchacha  no accedió tampoco a sus bajas  pretensiones y se mantuvo firme en los señalamientos hechos, la furiosa gerente procedió a  finiquitar el cumplimiento del exigido preaviso laboral  de Carolina  Pérez y le dijo que se largara de inmediato del hotel.

Gloria Urrego, secretaria de Recursos humanos, llego el día 16 de Abril de 2001 a eso de las 6.48 AM a las instalaciones del hotel a cumplir con sus labores cotidianas, pero el portero le impidió su ingreso diciéndole que eran ordenes y que debía esperar a que el señor Edward López, auditor nocturno, llegara a la portería.

___/ Gloria, no es nada personal, pero la señora Ángela María me ordenó que la escoltara hasta la recepción para que usted no entre a las oficinas y que apenas usted llegara, la llame a la casa”.

Fue la explicación que el apenado auditor nocturno le brindo a Gloria Urrego, quien acató la orden y ya en la recepción se comunico telefónicamente con la señora Ángela María Gómez de Alarcón, quien escuetamente le informo:

____/ Gloria, por su posición en el sindicato usted, no tendrá de ahora en adelante acceso a las oficinas, ni a Recursos Humanos, ni tampoco al archivo, permanezca en recepción hasta que se le asigne su nuevo puesto de trabajo.

A eso de las 2:00 PM, la señora gerente llamó a Gloria Urrego para entregarle una carta membreteada que decía:

“Queremos informarle que en razón a haber sido designada por el sindicato al cual pertenece como miembro principal de la Comisión Negociadora, se presenta una incompatibilidad y contraposición de intereses en el desempeño de su cargo como secretaria de recursos humanos, por lo que usted ha sido trasladada temporalmente y se le mantendrá su actual salario”.

Todas las chapas de las oficinas de contabilidad fueron cambiadas inmediatamente. El grupo de contabilidad coordinado por la contralora y  Liliana Hurtado, la jefe de esa área, inició una maratónica jornada de trabajo que se prolongo hasta altas horas de la madrugada, el objetivo era preparar el informe trimestral estadístico que la señora gerente debía presentar ante los inconformes copropietarios; esta vez acudieron a un  emergente SOS y llamaron al auditor externo, el Dr. Fernando Calderón para que los asesorara en la elaboración meticulosa de dicho informe, con el objetivo de disipar cualquier sombra de duda sobre los datos allí plasmados, ya que suponían que Gloria Urrego tenía en sus manos información comprometedora para ellos y que tarde o temprano usaría en su contra.

La antigua sala de juntas fue convertida en una “oficina de emergencia”, se acomodo una mesa, una silla y un computador que no funcionaba para que Gloria desarrollara supuestamente el trabajo de una secretaria general de departamentos, a puerta cerrada, sin la posibilidad de ver a nadie, ni hablar con nadie, ya que no le instalaron línea telefónica y de la que solo podía salir para ir al baño, al comedor a tomar el almuerzo o para caminar escoltada por el supervisor de seguridad hacia la portería de empleados al culminar la eterna y mortificante jornada.

La exsecretaria de Recursos Humanos se convirtió en una especie de “Gloria la fea”, inclusive una mañana intente visitarla en su nueva “oficina”, pero fui retirado a empellones por el gerente de Recursos Humanos de la cadena Royal, el bien ponderado Dr. Álvaro Bonilla, personaje célebre por su chocante zalamería y quien comandaba el plan exterminio.

prácticamente confinado, tampoco podía hablar con nadie, pues suponían que estaba tratando de ganar más adeptos para el sindicato. Muchos de los que se decían mis amigos, actuaban ahora sin la máscara, toda esa gente con la que compartí seis años y medio de mi vida y a los que creía conocer, eran ahora unos completos desconocidos, seres sin criterio,  marionetas manipuladas por los hilos de la hipocresía y el servilismo.

Una porcentaje significativo de compañeros se mantuvieron imparciales, pese a no estar de acuerdo con el sindicato, tampoco fueron participes del ataque, algo  que el señor Alexis Paredes nunca pudo lograr; Todo el aprecio, el cariño que decía tenerme se esfumo en un segundo, fijo una postura clara frente  a esta situación, sus intereses personales estaban muy por encima de la amistad, su único y creciente temor estaba centrado en la factibilidad de que   yo decidiera  revelar confidencias personales que me había hecho o que pusiera en evidencia esos procederes poco éticos que yo le cuestione sin pelos en la lengua un día.

Una tarde, al terminar mi jornada laboral fui contactado directamente por Edgar
Becerra, quien reafirmo lo expuesto por Felipe Herrera, yo no le inspiraba la menor confianza, se estaba jugando el todo por el todo, a lo mejor arruinando el minucioso trabajo realizado por meses, incluso una vez finalizada su maquiavélica exposición me dijo en tono sarcástico:

___/Si quiere vaya ahora donde Ángela María y cuéntele todo Javier, le aseguro que usted quedaría como un rey ante sus ojos.

En ese instante me sentí entre la espada y la pared, aunque nunca contemple una solución tan radical a la problemática presentada en el hotel, en parte ciertos hechos me inclinaron a tomar una decisión…

Se había descubierto un robo continuado de alimentos en el restaurante “La Fragata”, la jefe de cocina Patricia Soto, de la entera confianza de la gerente fue quien la puso al tanto del hecho. Una de las características sobresalientes de Patricia Soto era su severidad y rigidez, algunos de sus subordinados la tildaban como “negrera”.

El asunto del robo no trascendió a mayores, pues Marina Sánchez la implicada en el hurto, era la madre de una de las empleadas consentidas del departamento de contabilidad, quien a su vez le adeudaba una suma importante de dinero a la señora contralora, por lo que doña Clara Amorocho secundada por la gerente, determinaron perdonar a regañadientes a Marina , sin antes someterla a un continuo y soterrado escarnio sicológico y moral; la misma Marina Sánchez me lo contó atacada por el llanto, manifestando que lo había hecho acosada por la difícil situación en su hogar, ella estaba llevando sola la obligación de su casa, pues su marido estaba desempleado y para rematar el asunto, venia un nuevo hijo en camino. Marina manifestó sentirse muy arrepentida y deseosa de salir corriendo y no volver nunca más, pero para evitarle una gran vergüenza a su hija Marinita, se aguantaba tal humillación.

Semanas antes, dos compañeros fueron  despedidos supuestamente por beber los residuos de un whisky que quedó de un evento banquetero, solo dos, cuando todo el equipo de meseros del restaurante “Café Royal” estaba implicado y merecían una sanción. El argumento dado, era que uno de los despedidos, el señor Jairo Lozano, quien ejercía como supervisor de seguridad y llevaba cinco años vinculado al hotel , se percato de la reprochable acción de los meseros y no procedió a denunciarla oportunamente, pasando a ser cómplice alcahuete.

La verdad sea dicha, el señor Jairo Lozano, tampoco era santo de la devoción de la señora Clara Amorocho. El otro empleado despedido era el señor Fabio, un mesero gay ya mayor,  exempleado del reconocido Hotel Tequendama Bogotá y que ingreso al Pacifico Royal  recomendado  por la señora Beatriz de Mendoza, gerente de ventas,   y al que doña Ángela María  le descubrió cierto grado de sordera, que para ella era fatal y causal para prescindir de sus servicios, sumado a su “reprochable” inclinación sexual.

En el restaurante “La Fragata”  se presento la perdida de una mercancía por más de 6 millones de pesos que nadie supo explicar. Los rumores de pasillo inculpaban a la jefe de cocina Patricia Soto y a su hermano, quien estaba trabajando como Stewart de esa misma área, ella se defendió interpelando  que eran represalias malintencionadas en su contra por haber delatado ante la gerencia, el robo continuado que perpetraba  una de sus subalternas.

Fácilmente el departamento de costos, por orden expresa de la contralora, acomodo y maquillo los reportes, como si no fuera un asunto serio y muy delicado que ameritaba una exhaustiva investigación, dicha información la conocí por boca del maître Nelson, quien también estaba desconcertado por la solución dada al asunto.

Cierto día me desplazaba por uno de lo pisos del hotel, cuando me percate junto con una de las camareras, que Pablo Ramírez, uno de los recepcionistas consentidos por la señora gerente ingreso a hurtadillas a la habitación de una huésped y permaneció allí largo rato, situación comprometedora y prohibida, más para un empleado de recepción, pero era un secreto a voces que algunas de las recepcionistas “intimidaban” con los huéspedes, asunto  acolitado de cierta manera por la Jefe de recepción, era obvio que se hacía la de la vista gorda.

Media hora después Pablo Ramírez bajo a mi sitio de trabajo, por su actitud adivine que venia a pedirme que guardara silencio, pero como me encontraba bastante atareado y en compañía de otras personas, hizo un gesto de “me importa un soberano rábano si cuenta” y se marcho, tal vez  muy seguro de que su acción no tendría consecuencias.

Informe de este hecho a la señora gerente, pero paradójicamente nada paso, por comentario de Claudia Posada, secretaria personal de doña Ángela María, supe que Pablo Ramírez fue confrontado, pero él en un mar de lágrimas lo negó todo, asumiendo que solo estaba haciéndole un favor especial a la huésped y que no tardo ni 5 minutos, además aseguro que él nunca entro  en la habitación.

Decidido a demostrar que yo no mentía, le sugerí a la jefe de habitaciones, la señora Cristina Caro, que hiciera una lectura de la tarjeta y corroborara que Pablo si ingreso a dicha habitación y permaneció largo rato allí, abandonando además sus funciones en la recepción, ella se comprometió a pedirle una autorización al jefe de servicios generales, el señor Henry Olarte, para efectuar tal requerimiento.

Al día siguiente la señora Cristina Caro me dijo que no perdiera más mi tiempo, pues la señora gerente había prohibido terminantemente que se hiciera la lectura de la banda magnética de dicha habitación. Era obvio que  la señora Ángela María prefería también hacerse la de la vista gorda frente a la  travesura  de su recepcionista preferido, a tener que despedirlo, pero jamás le tembló la mano para prescindir de un botones que sucumbió ante los encantos de una trabajadora sexual que ingreso al hotel a prestar un servicio, ni de una auxiliar de bar tender que amaneció con un huésped  en su habitación, tras cumplir con la jornada laboral.

Creo que uno de los hechos que más indignación me causo fue el despedido maquinado de una de las camareras mayores, la señora Blanca Chachinoy, la mencionada  empleada  se encontraba parcialmente imposibilitada para laborar, como consecuencia de un accidente con una brilladora, con la cual estuvo apunto de electrocutarse. Aquel fortuito percance le dejo secuelas en su columna  vertebral, a raíz de su brusco desplome al piso tras el choque eléctrico.

Concluimos varias personas que aquel despedido fue un ardid infamemente montado, pues en varias ocasiones la gerente de recursos humanos Marcela Montenegro y la misma gerente general, trataron de convencer a toda costa a  doña Blanca Chachinoy  para que firmara la renuncia, pues para ellos era una empleada estorbosa e improductiva,  sin tomar en cuenta que su situación era  consecuencia directa del accidente de trabajo, en el que ellos tenían gran parte de culpa, por no darle el debido mantenimiento a las brilladoras.

Los peritos asignados por la entidad de riesgos profesionales para evaluar las condiciones de  la señora Chachinoy tras el accidente, determinaron que ella  se podía desempeñar en otras funciones que no le representaran riesgo para su salud, como por ejemplo la cocina principal o la de empleados y por ende no la podían pensionar. 

El señor Fabio Lozano, un  guarda de seguridad tildado de “chupa medias” que inició labores desde los inicios del hotel, con el tiempo y gracias al apoyo del señor Jorge Venegas fue contratado directamente  para que fungiera como Jefe de seguridad, convirtiéndose en  empleado bastante cercano a la señora gerente, por ende conocía muy bien la imperiosa necesidad que tenia su patrona de prescindir de la señora Chachinoy, por lo que no tuvo ningún escrúpulo para urdir secundado por uno de los guardas de seguridad en turno, una patraña miserable, con la que lograron que la señora Blanca fuera despedida.

Doña Blanca Chachinoy y Helena, una de sus compañeras ingresaron una tarde a laborar, ambas llegaron al hotel con los paquetes de comparas personales hechas en un centro comercial cercano, dichos paquetes  por norma establecida quedaron en portería hasta la salida de ambas empleadas. En el momento preciso en que Helena iba de salida para su casa, al revisar su paquete encontró que le faltaban algunas cosas, hecho que propicio que el  señor  Fabio Lozano, Jefe de seguridad, ordenara de inmediato una requisa general para todo el personal.

Cuando revisaron el paquete de Doña Blanca al momento de su salida, hallaron los elementos que le faltaban a Helena, confusa situación que aderezo a la perfección las causales justas para despedir a la camarera limitada y estorbosa. ¿Cómo llegaron los elementos de Helena a la bolsa de Blanca?.

Recién inaugurado el Hotel, por política de la cadena, en el año se nos hacia aumento salarial cada seis meses y se otorgaba una bonificación anual dependiendo los resultados, dicha política paso hacer historia con el tiempo y los aumentos salariales empezaron a hacerse anuales o simplemente se postergaban a razón de la supuesta mala racha por la que atravesaba el hotel, nada consecuente con lo que nosotros como empleados observábamos; si bien era cierto que habían periodos de baja ocupación, otros bastante productivos compensaban la balanza y con  la  llegada de la temporada decembrina, ¡ni hablar!, pues el hotel se colmaba con los toreros españoles y la fanaticada procedente de Francia y otras regiones de Colombia.

Sin embargo, en las reuniones trimestrales la gerencia general y la contralora esgrimían argumentos de que las cosas iban de mal en peor y que no podían hacer aumentos significativos mas allá de los fijados por el gobierno, ni muchísimo menos otorgar la bonificación anual completa, solo un pequeño porcentaje que  supuestamente simbolizaba el denuedo con el que la gerente se la jugaba por su gente.

CAPÍTULO 5:¿RENUNCIA LA GERENTE?, LA VERDAD DUELE

La propina era  para nosotros el soporte a esta crítica  situación, pero desde que el señor Alexis Peredes empezó a meter mano en el manejo de la propina, esta dejo de ser nuestro bendecido apoyo, gracias a su genial idea de usar este dinero para solventar los faltantes y perdidas en cristalería del hotel, nivelar sus costos en la cocina principal,  fuera de eso, en la parte contable trabajaban con la plata de la propina, propiciando demoras en su pago, lo que generó  gran molestia entre todos los empleados del área de servicio.

Yo le plantee al señor Alexis Paredes nivelar equitativamente los porcentajes de propina, buscando compensar de igual manera el trabajo de todos, medida que se aplico una corta temporada,  ya que no fue bien recibida por los meseros y capitanes de servicio, encabezados por Alexander Angulo y Henry Giraldo,  pues los susodichos estimaban que los cocineros, cajeros y stewards, de ninguna manera merecían ganar lo mismo que ellos, tomaban en consideración el hecho de que solo gracias a su buen servicio los huéspedes y clientes dejaban propina, por ende y a su juicio esta  les pertenecía,  una postura chocante y egoísta que de manera flagrante desestimaba el trabajo de los demás. El dilema fue solucionado por Alexis Paredes restableciendo las notables diferencias porcentuales en la propina.

El personal adscrito al área de recepción convocados por  la recepcionista Marcela Steffens,  se unió y en sigilo lograron que se les hiciera un aumento salarial significativo, colocándose a la par con el personal que laboraba en los hoteles Royal de Bogotá, lo que demostró la preferencia marcada que la gerente siempre mantuvo por ese grupo de trabajo y rebatía el cacareado argumento  de que las finanzas del hotel no daban para hacer el más mínimo aumento salarial. Por algo dicen, que bajo cielo y tierra no hay nada oculto,  ya que el personal de servicio se entero de esta acción discriminatoria y polarizada de muy fidedigna fuente, cuando se le pidieron explicaciones a la  señora gerente, ella desmintió todo y lo catalogo como un chisme del correo de brujas.

Edgar Becerra días después tuvo un fuerte choque con la contralora Clara Inés Amorocho, quien determino dejarle la carta despido en la portería de empleados y prohibir terminantemente volverlo a dejar entrar al hotel, proceder  que desató la ira de Becerra, quien armó tremendo  escándalo a las afueras, finiquitando este, tras dimes y diretes, con un arreglo económico entre ambas partes, dicen que  una buena indemnización lo aplacó. Desde ese día, poco o nada, se supo de la suerte del gestor y cerebro del sindicato.

La salida de Edgar Becerra puso en la cuerda floja el sindicato  que se  encontraba a muy pocos días de ser oficializado legalmente. Gloria Urrego y Felipe Herrera decididos a no ver sus planes arruinados, me contactaron para que los siguera apoyando ahora más que nunca, yo les manifesté que no sentía un apoyo contundente de los demás integrantes del grupo y que ahora con la salida de Edgar los veía temerosos y muy vacilantes en continuar, concluí que lo mejor era dejar las cosas como estaban, pero ellos me insistieron hasta convencerme.

Decidí renunciar a la Jefatura de Almacén, por lo que la contralora y la gerente determinaron traer una persona de afuera para que asumiera el cargo, ellas se mantenían radicalizadas en no darle el puesto a Felipe Herrera. La persona contratada no alcanzó a estar dos meses en el almacén y tras hacerle la oferta a otros  empleados, determinaron que mi “amigo” Felipe fuera el nuevo jefe de almacén. Desde ese día, lamentablemente Felipe adopto una postura de apatía, era obvio, había obtenido lo que busco por varios años y ahora dudaba en continuar brindándole apoyo al sindicato, pues iba a ser letal para su futuro en la empresa.

Una mañana visite  a Felipe en el almacén y le puse los puntos sobres la íes en lo inherente a su postura real frente al sindicato, advirtiéndole que si él estaba pensando en renunciar, yo también  lo haría, pues  al fin de cuentas mi situación dentro del hotel era buena en términos generales y que si había decidido darles apoyo era por amistad y solidaridad , en razón a que tampoco era indiferente a la problemática que se vivía, pero él reafirmo su apoyo incondicional e irrestricto a la causa, asegurando que de ninguna manera podíamos dar marcha atrás, ¡pasara lo que pasara!. La actitud dudativa de Felipe fue advertida por la directivas del Hotel para irlo ensalzándolo poco  a poco y convertirlo a futuro en un aliado incondicional. Tristemente uno nunca termina de conocer a una persona.

Diecinueve personas nos  lanzamos novatamente y sin la debida guía  en esta aventura sindical:

John Marlon Echeverri, Gloria Amparo Urrego, Carlos de Jesús Rojas, Blanca Rosa Gómez, Jaidi  Liliana Jacome, Margarita Delgado, Andrés Torres, Martha Cecilia Girón, Diego Fernando Tigreros (q.e.p.d), Ana Rita Caicedo, Rubiela Ramírez, , Ruth Rave, Martha Cecilia Lucumi, Herney Ortiz, Luis Felipe Herrera, Carolina Lucía Pérez, Orlando Cedeño, Aldemar Daza y Javier Santamaría.

En la junta  negociadora fuimos designados Gloria, Felipe y yo, en la de quejas y reclamos el compañero el compañero Herney Ortiz. Se programo una reunión en casa de Felipe Herrera para implementar nuestro propio plan de contingencia, el objetivo era sacar a la luz pública a través de los medios de comunicación todas las arbitrariedades que se estaban cometiendo con los empleados sindicalizados, pero la gran mayoría voto por el aplazamiento de esa medida de contingencia.

Cuando todos se marcharon, Felipe me pidió que lo acompañara a tomarse unos tragos y a escuchar música, en aquella reunión departí con su esposa e hijos, conversamos largamente hasta pasada la media noche, pese a que con sus labios ratificaba su lealtad y aprecio hacia mí, sus ojos traslucían el brillo de un hombre temeroso e indeciso, debatiéndose entre mantener un pacto de lealtad o proteger sus intereses y en especial los de su familia.

Norha Patricia Trochez, “neurona” o “cerebrito” como algunos la apodaban gracias a su manifiesta ineptitud, quien se había posicionado como auxiliar de compras, tras la destitución abrupta de Edgar Becerra,  fue designada de emergencia como secretaria de recursos humanos para sustituir a Gloria Urrego, nueva posición desde la que se dio a la tarea de cumplir con la orden de convencer a los empleados sindicalizados de desistir de su lucha, conmigo lo intento hasta el cansancio, esbozando que me apreciaba mucho como persona  y que me consideraba su amigo.

Harold Guzmán, el alitoso casanova jefe de sistemas, otro de los reconocidos ineptos con suerte, también se dio a la tarea conjunta de hostigar sin tregua a todos los sindicalizados que se mantenían firmes y no cedían a las pretensiones de la gerencia. El acoso era tan intenso que los visitaban sorpresivamente en sus casas, llamaban a sus familiares para ponerlos en su contra, los asediaban en la calle, en  los gimnasios, al extremo de no respetar la convalecencia de la señora Martha Girón, una de las auxiliares de cocina que se recuperaba de una reciente cesárea. Este tipo de manera indirecta profirió amenazas de muerte contra Gloria Urrego y mi persona, aseverando que con gusto el mismo nos aniquilaba.

Se puso en conocimiento de las directivas del Sindicato matriz “Hocar”  todo lo que estaba aconteciendo al interior del Hotel Pacifico Royal con los empleados sindicalizados, procediendo su presidente a  denunciarlo formalmente ante la oficina del Ministerio del Trabajo. Gloria Urrego conmino a la señora Ángela María para que cesara de inmediato las acciones ilegales de coacción para con los empleados sindicalizados, sometidos a constantes encerronas en su oficina, señalamiento al  que la señora replico argumentado que simplemente quería conocer de sus labios los motivos por los cuales estaban en el sindicato.

Gloria propuso una reunión general del sindicato con la gerente, que fue aceptada  por ambas partes y se programo para un sábado en la tarde en el comedor de empleados.

Vestida de negro de pies a cabeza, semejando una acongojada viuda, la señora gerente ingreso al comedor y se paro frente a los 17 empleados que traicionaron su confianza, expuso con voz entrecortada por el llanto que estaba muy dolida, que su corazón estaba hecho añicos y que no era capaz de seguir adelante en su labor, que tras meditarlo  toda la noche con la almohada, ella había tomado la decisión de presentar su renuncia como gerente del Hotel Pacifico Royal, pues ya no valía la pena seguir adelante luchando como esa madre incondicional que lo da todo sin esperar nada a cambio, recalco entre frases adornadas de dramatismo exacerbado, que era una guerrera movida por su altruismo, esa heroína que lograba con mucho esfuerzo y valentía que el hotel fuera  aún nuestra fuente de sustento, pese al panorama adverso y que por esa razón  no acaba de comprender por que ahora y para infortunio de todos existía un sindicato, ¡esa puñalada que le destrozo el corazón!.

El anunció de la supuesta inminente renuncia sorprendió a la muchos, el ver a la gerente en ese estado y proclamando que se marcharía como consecuencia del sindicato, propicio que la gran mayoría de los allí presentes se abstuviera  de exponer sus puntos de vista y los motivos que habían tenido para sindicalizarse, por lo que decidí tomar la vocería para darle el verdadero  sentido a la reunión. Los funcionarios administrativos se congregaron a hurtadillas  en la lavandería vecina tratando de escuchar lo que ocurría en el comedor de empleados.

Esa mañana previa a la reunión programada, la señora Sandra Paredes, jefe de banquetes, converso conmigo exponiendo su punto de vista en torno al sindicato y no se si falsa o sinceramente dejo entrever que “cada cual recibe lo que siembra” y concluyó que la señora Ángela María era la culpable directa de que se hubiese gestado el sindicato y puso como muestra este botón:

___/ Javier, a Ángela María le pasa como a esa mamá a la que la hija le resulta embarazada y después de darse golpes de pecho y armar un drama,  no se explica por que razón su niña metió las patas, y culpan a todo el mundo y
no se dan cuenta que ellas como madres, son las directas responsables…eso mismo le paso a ella con la hija y ahora con el sindicato.

Expuse a grandes rasgos los motivos que se habían tenido para sindicalizarnos de la manera más sincera y respetuosa, incluso conmine a la señora gerente para que desistiera de su supuesta intención de renunciar, de abandonar el Hotel, ese mismo que era su orgullo, considerado un emblema dentro de la cadena Royal por su excelente servicio y confraternidad, la invite a trabajar mancomunadamente con el sindicato en busca de una  solución a todos esos factores que generaron la gestación del sindicato, le recalque que pese a que muchos no formaban parte del grupo, apoyaban la causa anónimamente, pues temían sufrir las mismas represalias a las que ahora estábamos nosotros enfrentados y principalmente por el gran temor de perder sus empleos (caso concreto de Edward López, el auditor nocturno).

Le hice ver de corazón a Doña Ángela María algunos errores de su gestión y la imperiosa necesidad de rescatar la filosofía Royal de otrora, de volver a ser una familia laboral unida y remate con el ejemplo que me expuso Sandra Paredes esa mañana, obviamente sin aludir a nadie específicamente, pero de allí se apoyaría ella y el abogado del hotel para orquestar las causales de mi despido ilegal e injusto. Desafortunadamente decir la verdad a veces duele mucho, generando  grandes resentimientos.

CAPÍTULO 6: LA ESTOCADA FINAL

El señor Luis Fernando Stefan, gerente general de la cadena Royal, se hizo presente en el Hotel y participó en la ceremonia de premiación  al empleado del trimestre, allí sutilmente soltó la frase: “es mejor que no pateen su  lonchera”.

Paradójicamente aquel día se premiaron a excelentes empleados  que en seis años  jamás fueron tenidos en cuenta para un merecido reconocimiento.

Como yo era visualizado por las directivas como el cerebro gestor y líder del sindicato, la columna vertebral del mismo, la ficha que debía eliminarse a como diera lugar, el Dr. Luis Fernando Arana, abogado del hotel, se dio a la tarea de preparar las mentiras y argucias jurídicas con las que lograrían su principal cometido. 

Fue entonces cuando encomendaron a la señora contralora Clara Amorocho para que hablara conmigo y me planteara algo así como una  “etapa de tregua”, mostrándose como una  amiga comprensiva y maternal asumió ante mi, que las directivas de los Hoteles Royal entendían que estábamos en todo nuestro derecho de sindicalizarnos y que aceptaban el hecho de que existiera un sindicato en el Hotel Pacifico Royal, la señora  Clara Inés enarbolo una falsa bandera blanca, cuyo único propósito era distraernos y darse tiempo para planificar mi salida.

El 24 de Abril de 2001, 12 días después de la reunión con la gerente, fecha determinada para la negociación del pliego de peticiones del sindicato, fui convocado por el señor Henry Olarte, jefe de servicios generales, para que me hiciera presente en la gerencia, obviamente  yo no podía hacerlo por advertencia expresa  de las directivas  del sindicato Matriz y me negué, lo que provocó que minutos después apareciera en mi puesto de trabajo la señora Ángela María Gómez de Alarcón, vociferando como loca mi nombre y diciendo que no estaba dispuesta a que yo le siguiera faltando al respeto, recalcaba que allí la que mandaba era ella y no yo, empezó a pasearse como fiera enjaula por la cocina principal explotando sus conocidas dotes histriónicas y  teniendo como publico principal a los desconcertados  cocineros y meseros, quienes a ciencia cierta no entendían lo que estaba pasando, yo advertí de inmediato cuales eran las intenciones de  aquel bochornoso y patético  show, permanecí como  un sereno espectador hasta que la señora   me ordenó que la siguiera a la gerencia.

En la gerencia se encontraban la contralora Clara Inés Amorocho, quien no podía disimular su risita irónica y don Henry Olarte, un  exsindicalista del Hotel Intercontinental, asumiendo ahora  una actitud de servilismo. Doña Ángela María cambió la mueca de ira que tenia, por una de supremo regocijo al extenderme la carta de despido, la cual leí rápidamente, pude advertir desde los primeros párrafos, que aquel documento  más parecía una carta personal llena de situaciones ficticias e infamemente tergiversadas, extraídas torpemente de la reunión que el sindicato había tenido ese sábado con ella y en la que yo tome la voceria del amedrentado grupo, que una verdadera y ponderada carta de justo despido.

Pretendían justificar mi despido alegando que yo alevosamente y en público  le falte al respeto a la gerente, a la madre y a la mujer, que mi trato hacia ella había sido ofensivo desde todo punto de vista y que  me había metido sin razón ninguna con su hija menor, quien era madre soltera, profiriendo aparte de todo amenazas de desprestigiarla a ella y a su familia, porque ellos tenían dinero y vivían en una casa bonita y yo no, argumentos bellacos, absurdos y tremendamente falaces, conjugándose un flagrante despropósito, por lo que me negué a firmar ese papel.

La señora gerente puso como testigos a la señora Clara y al señor Henry de que yo me llevaba la carta de despido original y con gran alivio exclamo:

___/ ¡recoja sus cosas y se me larga ya de aquí, no quiero volver a verlo nunca, nunca más en mi vida, lárguese ya mismo!.

Fui escoltado por Henry Olarte hasta mi Locker, donde hice entrega de los implementos de comunicación y la llaves de mi puesto. En mi zona de trabajo ya se encontraba instalado el señor Rodolfo Narváez, un amigo de Alexis Paredes, quien me sustituiría hasta nueva orden, ahora comprendía el marcado interés del tipo por conocer las mecánicas de manejo de mi puesto.

Cuando salía del hotel escoltado por Oscar Cortés, supervisor de seguridad, me tope en el pasillo con Felipe Herrera, quien quedo frío y perplejo  al leer mi carta de despedido, por su comportamiento los últimos días profetice lo que se avecinaba, sin embargo lo inste a no flaquear y me despedí.

Cuando firme mi inscripción al sindicato, intuí que algo así ocurriría y recordé ese refrán popular que dice: “Todo  redentor, siempre muere crucificado”…Esa noche el teléfono de mi casa no ceso de repicar, eran los integrantes del sindicato, inquietos por lo acontecido, se  sentían solos e indefensos, temerosos de correr la misma suerte.

Felipe Herrera fue convocado la mañana siguiente a la gerencia junto a Herney Ortiz, el auxiliar de lavandería, con la intención de llegar a un “acuerdo conciliatorio”. En posterior conversación con Herney, supe que Felipe se comporto ante la señora gerente como el más servil de los serviles y nunca tuvo el valor de mirarla a la cara, permanecía en postura sumisa y con cara de profundo arrepentimiento.

Felipe tenia la misión de acabar con el sindicato de inmediato, bajo la promesa de ser mantenido en su nuevo cargo, doña Ángela María haría borrón y cuenta nueva, oportunidad que no desperdicio logrando la renuncia de una buena parte de integrantes del sindicato; prácticamente todos los hombres dimitieron impulsados por Felipe, la cobardía los dominó y  lo peor era que desconocían las implicaciones de estar sindicalizadoColombia.

Una anécdota que se vivió tras mi despedido la origino la misma gerente, una tarde, mientras presidía la reunión trimestral con los copropietarios, algunos de ellos se enteraron sorpresivamente de la conformación de un sindicato en el hotel Pacifico Royal, por boca de una de las accionistas con la que yo converse telefónicamente días antes, constatando aquella vez que  la señora gerente mantenía aún oculta la delicada novedad, su objetivo era aniquilar el  reducido grupo y  pasar el hecho  bajo cuerda, salvaguardando así su imagen y prestigio.

La información circulo en dicha reunión a manera de “teléfono roto” y genero desconcierto esa tarde, el nombre de Javier Santamaría corrió de boca en boca, doña Ángela María pensaba que yo me había infiltrado subrepticiamente en el hotel para alertar a los copropietarios, por lo que  sin disimular su extrema ofuscación, se dio a la tarea de localizarme  en cada  rincón hotel, ayudada por el personal de seguridad. 

La señora Rubiela Ramírez, auxiliar de cocina y una de las integrantes del sindicato más firmes, me relato que esa tarde la señora gerente vociferaba y exigía saber quien  había tenido la osadía de permitir mi acceso. Tras el peliculero operativo de seguridad buscándome, concluyeron que era una falsa alarma, una estresante confusión.

Imagino que con la mediación de los señores Álvaro Bonilla y  Luis Fernando Stefan lograron convencer a los copropietarios de que dicho sindicato estaba ya disuelto, pues todos sus integrantes renunciaron de manera voluntaria y que  además Javier Santamaría ya no era empleado del hotel.

La estrategia planificada por las directivas del hotel comprendía implementar gran parte de los puntos tratados en el pliego de peticiones del sindicato: se pusieron al día con la propina, pagaron la más alta en los últimos años, también hicieron un incremento salarial del 9%, algo que se consideraba utópico por la supuesta critica y crónica mala situación del hotel, pero que gracias al revolcón suscitado por el sindicato se hizo realidad, pero  solo cobijaría a los empleados que no estaban sindicalizados.

La faceta amorosa de la señora gerente se hacia palpable con todos los empleados del hotel, sin discriminaciones de ninguna clase, besos y abrazos por doquier, regalos iban y venían, a la camarera Blanca Rosa Gómez, quien se retiro del sindicato coaccionada por la  exgerente de recursos humanos Marcela Montenegro, le regalo un cochecito que le perteneció a su nieto y una  nutrida provisión de ropa para bebe, pero fue el otorgamiento de anhelados ascensos su  principal arma de combate.

Pese a que trataron de impedirlo con excusas ficticias y triquiñuelas, posteriormente la señora gerente Ángela María de Alarcón, el señor Luis Fernando Estefan, el gerente de recursos humanos de la cadena el señor Álvaro Bonilla, la contralora Clara Inés Amorocho, se tuvieron que reunir con el presidente del sindicato “Hocar”, el señor Omar Sánchez Mosquera, la señora Gloria Urrego y el señor Herney Ortiz, para negociar el pliego de peticiones, catalogado de plano por las directivas del hotel como descomunalmente absurdo en sus pretensiones, planteamiento incoherente, pues ya se habían implementado varios puntos del mismo, como parte de su plan de contingencia anti-sindicato.

Dicha negociación se convirtió en un laberinto sin salida, por lo que debieron acordar una nueva fecha de reunión, ellos necesitaban dilatar el asunto para contar con más tiempo y aniquilar definitivamente el agonizante sindicato.

El encarnizado acoso redujo el sindicato a solo 5 miembros, 4 mujeres y un hombre: Martha Girón, Rubiela Ramírez, Ruth Rave, Gloria Urrego y Herney Ortiz, realmente me sorprendía el coraje de estas personas, se necesitaban ovarios y cojones para soportar lo que soportaron, especialmente Gloria, encerrada en aquella “oficina-cárcel”, un calabazo disfrazado, táctica miserable con la que pretendieron vencerla moral y sicológicamente…estuvieron a punto de lograrlo.

Alexis Paredes trataba infructuosamente de convencer a Ruth Rave y Rubiela Ramírez, pero ellas eran las más firmes y convencidas de la causa y nada las haría retractar. Compañeros que hasta ese momento permanecieron imparciales fueron usados en la tarea de convencer a las sindicalistas, caso concreto de Rocío Castillo, una de las empleadas emblemas del Hotel Pacifico Royal, de gran simpatía y aprecio entre los huéspedes del hotel.

Henry  Giraldo, primer capitán del restaurante “Café Royal”, Alexander Angulo, coordinador de banquetes, Jairo Zuleta, mesero del restaurante y Ana María Santos, bar tender del lobby bar, nunca se sabia para que bando jugaban, siempre se caracterizaron por hablar pestes de la empresa y sus directivos y procuraban  arrimarse al sol que más calentaba; los mentados personajes coincidieron en afirmar que de haberse enterado a tiempo, que al interior del hotel se estaba gestando un sindicato, nunca hubieran dudado un segundo en delatar a sus compañeros, por algo Edgar Becerra jamás contempló contactarlos.

Ana María Santos organizo una firmatón anti-sindicato, tal vez con la esperanza de lograr el anhelado ascenso, el aprecio y la definitiva confianza de las directivas, muchas veces puesta en entredicho por sus procederes poco claros. Precisamente me viene a la memoria el caso del robo continuado que el mesero Diego Palacio ejecutaba astutamente en complicidad con Alexander Angulo, utilizando los vales otorgados a los huéspedes para reclamar el desayuno Buffet incluido en la tarifa,  y que ambos canjeaban por el dinero que los clientes y otros huéspedes pagaban directamente en efectivo, dicha táctica les genero excelentes dividendos por mucho tiempo; cuando su acción fue desmantelada, Diego Palacio asumió toda la culpa, guardándole la espalda al angustiado Alexander Angulo. El señor Alexis Paredes, Jeje de cocina, asumió los créditos ante la gerencia, cuando en verdad fue Rocío Castillo, la auxiliar de barra, quien evidencio lo que estaba pasando y no dudo en comentárselo a  su jefe.

Ana María Santos logró que la designaran como nueva jefe de banquetes, otros en nombre de Jehová, proclamaban a voces su imparcialidad, pero también fueron marionetas serviles tras un propósito personal, pues es muy cierto que en esta vida,  nadie da puntada sin dedal, aunque lleven  siempre el “Jesús mío” en la boca.

El Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, seccional del Valle del Cauca, multo al hotel por no haber negociado el pliego de peticiones en el tiempo estipulado y posteriormente por el despido arbitrario de dos empleados protegidos por fuero sindical, como consta en la resolución DT No 02531 del 19 de noviembre de 2002.

Me comunique con las 5 personas que permanecían en el sindicato y les dije que era insensato sacrificar más personas en esa endeble causa, que conmigo bastaba, que pensaran sobretodo en sus familias, lo menos que podían  esperar si se radicalizaban en su postura ante las directivas del hotel, era que los echaran sin contemplaciones.

Les agradecí a mis excompañeros su gran valentía, pero igualmente les hice ver que no valía la pena continuar en una lucha  de la cual solo se habían beneficiado los inermes, los que se mantuvieron cobardemente al asecho esperando a que devoraran a la presa, para luego contentarse con la carroña y quienes siempre seguirán siendo lo que son y haciendo lo que hacen: serviles, reyes de la hipocresía, falsos aduladores, hablando a las espaldas, seres estrechos de mente y corazón…

Las 5 personas  hablaron directamente con la señora gerente con el propósito de acordar su renuncia al sindicato en una especie de “pacto colectivo”, que incluyera  la firma de un documento que les garantizara que no serian despedidos, obviamente, con documento firmado o sin este, todo quedaba a expensas de la buena voluntad de unos patronos resentidos. La segunda condición solicitaba mi reintegro inmediato al hotel, como una muestra fiel y fehaciente de que todo el asunto del sindicato quedaba en el olvido y los resquemores en el tarro de la basura, pero la gerente rechazo de tajo este condicionamiento.

Todos, excepto Gloria Urrego firmaron el documento, ella pidió una semana de licencia para desestresarse, poner sus ideas en orden y tomar una decisión sensata. Ese mismo día doña Ángela María trato de concretar a Gloria a solas, oportunidad que la exsecretaria de recursos humanos aprovecho para cuestionar a su patrona en torno al concepto  denigrante que había emitido de su apariencia personal, en su conversación conmigo, el día que se oficializo el sindicato.

Obviamente la señora gerente desmintió todo y me tacho a mi como un tipo resentido y malintencionado, cuyo único propósito era el ponerlos a ellos en su contra y asevero que jamás podría referirse en tales términos a ella, ni a nadie, ni mucho menos discriminar a Orlando Cedeño  por su orientación homosexual, a tal punto llegaba su cinismo e hipocresía, que incluso nombro tiempo después a Orlando como nuevo supervisor de habitaciones.

Con sorpresa Gloria Urrego recibió al otro día en su propia casa la carta de despido de manos del mensajero del Hotel, doña Ángela María y la señora Liliana Florez, se habían tomado la molestia de encontrarle fallas al trabajo de la eficiente secretaria de recursos humanos, recolectaron una lista de causales ficticias y descabelladas para poder darle por terminado el contrato de trabajo. ¿Por qué solo después de 9 años de servicio le encuentran imperdonables fallas a una eficiente empleada?.